Rememorar la Comuna de París significa volver a un episodio de la Europa universal, sobre el sentido de la revolución social y sobre un instante muy particular de la participación política, de la acción y la dinámica colectiva. Implica volver a una experiencia de socialismo municipal y a un evento de democracia directa, de igualdad social. Significa la expansión de una idea comunal (socialista, anarquista y feminista, democrático-radical) en el seno del movimiento obrero. Louise Michel, en sus Memorias, la define así: “La Comuna, rodeada por todos lados, solo tenía la muerte en el horizonte, solo podía ser valiente, lo fue” (Michel, 1886: 179). Ese primer gobierno de los trabajadores se proclamó en la Plaza del Ayuntamiento de París y duró 72 días, durante los cuales se tocó el cielo de la utopía con un dedo.
Una novedad de esa revolución es el protagonismo femenino, que se verificó menos en el aparato institucional –me refiero al Consejo General de la Comuna– que en el despliegue de la lucha y en la militancia de ideas. El Consejo tenía una facción neojacobina, que se inspiraba en el pensamiento de Blanqui, y la otra la integraban los Libertaires, la minoría. Varias comuneras se referenciaban en el ala libertaria: André Léo, Paule Minck, Louise Michel. La facción neojacobina había aprobado una medida para mantener a las mujeres lejos de los enfrentamientos armados. Y André Léo, desde el periódico La Sociale, criticó la subestimación del potencial revolucionario de las mujeres. Léo partía del presupuesto que para hacer una revolución social lxs explotadxs, mujeres y hombres, debían estar en igualdad de condiciones en la lucha por la libertad. Y de hecho, la participación femenina fue destacable durante la “semana sangrienta”, cuando las tropas versallescas entran a París y masacran entre 30 y 40 mil personas. Podemos imaginar a Thiers diciéndoles a lxs comunerxs, lo que la burguesía rusa le dijo a los bolchevique a fines de 1917 según Lenin: “Ante todo lucharemos por el problema fundamental: determinar si ustedes son realmente el poder de Estado o solo creen serlo; el problema, desde luego, no será resuelto con decretos, sino por medio de la violencia y la guerra” (Lenin, 1921: Tomo 7, 537). Sobre la base de la masacre, el represor Thiers anunció la “liberación” de París. Algunas escenas de la participación femenina las encontramos en La Commune de Élie Reclus (el director de la Biblioteca Nacional de la Comuna):
Muchas de ellas han agarrado el fusil […] Algunas jóvenes se travistieron de hombre y combatieron en primera línea. Una mujer corajuda, […] Madame André Léo, ha hablado noblemente a las mujeres: “no es más una cuestión de defensa nacional. El campo de batalla es más amplio y ahora abraza la defensa del género humano, de la libertad. Los derechos de todos se están disputando en París, la participación de las mujeres es necesaria” […]. Louise Michel, Madame Eudes, Madame Rochebrune ya dieron el ejemplo (Reclus, 1908: 240).
Es el ejemplo de la revolución. Otra imagen de las mujeres en el pleno de las operaciones militares está en La Comuna de París, de Louise Michel:
Las mujeres combatieron como leonas, pero yo era la única que quería prender fuego la ciudad. […] Las mujeres avanzaban con nuestra bandera roja; su barricada estaba en Place Blanche; ahí estaban Elizabeth Dmitreff, la señora Memel, Malvina Poulain, Blanche Lefebvre […]. André Léo estaba en la barricada de Batignolles (Michel, 2020: 353 y 342).
Louise Michel es una suerte de alegoría de la Comuna. Así la presenta Bertrand Tillier en La Commune de Paris, révolution sans images?: “Ausente e inaccesible, invisible y como vaciada de su propio cuerpo, […] podría convertirse así en una alegoría de coraje, generosidad, determinación o rebeldía” (Tillier, 2004: 455). Esa alegoría tuvo muchas funciones en la Comuna: en el Comité de Vigilance de Montmartre, en la reforma del sistema educativo, en un comedero público para estudiantes y trabajadorxs, en un sistema de ambulancias, en la Guardia Nacional –revistó en el 61º batallón–. Y también fue muy activa en la militancia de ideas, tanto durante la Comuna como después. Cuando París estaba bajo asedio, Michel plantea lanzar una ofensiva contra el gobierno de Defensa Nacional de Thiers. A este, lo titea y lo trata de “el enano foutriquet, el gnomo fatídico” (Michel, 2020: 77).
Con la derrota de la Comuna, Michel es llevada ante el VI Conseil de Guerre. Los jueces presentaron la acusación:
Ataque dirigido a cambiar el gobierno. Ataque destinado a excitar la guerra civil al hacer que los ciudadanos se armen unos contra otros. Participar en un movimiento insurreccional vistiendo armas visibles y uniforme militar, y por haber hecho uso de sus armas. Falsificación en escritura privada […]. Uso de una moneda falsa (Gazette des tribunaux, 16 diciembre de 1871).
La lengua del derecho penal la acusa de ser una revolucionaria. Y a los jueces los espetó: “No quiero defenderme, no quiero que me defiendan, pertenezco enteramente a la Revolución social y declaro que acepto la responsabilidad de mis acciones” (Gazette des tribunaux, 16 diciembre de 1871). El contrapunto entre el tribunal y Michel tuvo gran impacto en la sociedad francesa, tanto que Victor Hugo la dedica un poema: “Viro Major” (“más grande que el hombre”), en Toute la lyre(Hugo, 2013):
[…] aquellos, mujer, frente a tu indómita majestad,
meditaban, y a pesar del pliegue amargo de tu boca,
a pesar del maldiciente que encarnizándose contra tuyo,
te tiraba encima todos los gritos indignados de la ley,
a pesar de la voz fatal y alta que te acusa,
veían resplandecer el ángel a través de la medusa.
Louise Michel es una suerte de ángel de la historia. Poco después del juicio, la deportaron a Nueva Caledonia, unas islas del Pacífico Sur. Ahí fundó un diario, escribió un libro Leyendas, canciones y gestas de los kanaks, participó en una rebelión de los canacos en contra del colonialismo francés, dio clase a los hijos de deportados. Un dato curioso es que Michel es deportada a Nueva Caledonia con Amilcare Cipriani, un internacionalista italiano que estuvo en la batalla clave de Sedán en contra de Prusia y que había integrado el regimiento 19. Sus vidas se tocan en la lucha y en la deportación. Cipriani es uno de los 18 italianos que junto con Garibaldi había ido a Francia para defender la Comuna. Otro internacionalista que como él estuvo en Francia, Caio Zavoli, le dedicó un poema: “Alto, diritto, di fronte il maestoso / dei filosofi lampo e dei guerrieri: / dolce negli occhi e nel riso pensoso, / un Garibaldi dai capelli neri” (Natalino, 1987: 47).
Volviendo a Louise Michel, murió en Marsella en 1905 y parece que en su funeral se escuchó –además de “larga vida a la Comuna”, “larga vida a Louise Michel”, “larga vida a la anarquía”– “larga vida a la Revolución Rusa”. 1905 es el año del soviet de Petrogrado, en el que participó Trotsky, no así Lenin (porque estaba exiliado). Como vemos, los vientos de la revolución siguen soplando.
Michel fue muy activa también en la militancia de ideas. Tal vez aquella que elabora con más énfasis es la de la revolución social en la vida cotidiana. De ella dice: “la queríamos bella, idealmente grande” (Michel, 2020: 78) y la consideraba la chispa capaz de encender nuevas energías creadoras. En la escritura de Michel hay frases tormentosas. Los grandes temas que toca con recurrencia son el socialismo, el anarquismo, el anticolonialismo, el feminismo, las libertades humanas, un humanismo que vibra con las artes y las ciencias:
La Comuna recurrirá al valor, a la ciencia, a la energía, a la juventud. Rechazará a los prusianos con una indomable energía, pero si aceptan la República social, les tenderemos la mano y marcaremos la era del bienestar de los pueblos (Michel, 2020: 79).
Este pasaje recuerda otro similar, respecto de ciertas consideraciones con los enemigos, que está en el Decreto de Guerra a Muerte contra los españoles (1813) de Simón Bolívar. Es un texto cortísimo que se refiere a los crímenes contra el pueblo en la guerra de Independencia. El pasaje dice: “¡Españoles y canarios! Contad con la muerte aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América”1. Lxs revolucionarixs son capaces de tender una mano a los enemigos que abandonan sus filas. Por eso la revolución es una forma del humanismo.
Las Memorias de Michel es un libro parecido a los Quaderni dal carcere de Gramsci. De hecho, las escribió en 1886 encarcelada de Saint-Lazare. Ahí habla de la cárcel como un instante de “libertad” paradojal, dado que podía dedicarse a la escritura. No se trata de un libro apacible sino de un relato arrojado en el torbellino de la revolución. Y Michel con un soplo de voz dice el nombre de la revolución. Da testimonio por aquellos que no pueden darlo. Es el testimonio de una revolución derrotada (que no fracasada) o de una revolución prematura, como consideraba Marx a la Comuna.
Algunos párrafos de las Memorias:
Mi vida consta de dos partes bien distintas: ellas forman un contraste completo; la primera, toda de ensueño y estudio; la segunda, puro acontecimiento, como si las aspiraciones del período de calma hubieran cobrado vida en el período de lucha (Michel, 1886: 4).
Su historia se debate entre una educación humanista-volteriana de lxs abuelxs y el catolicismo de una tía; y la idea de la revolución. Y dice: “Escuché tanto a mi exaltada tía católica como a mis abuelos. Buscaba, movida por extraños sueños, como la aguja busca el norte, presa del pánico, en los ciclones. El norte fue la Revolución” (Michel, 1886: 56). La revolución se sobreimprime sobre ese sustrato cultural humanista condimentado de catolicismo. Y Michel entiende la teoría y la praxis revolucionaria como solemos entenderla hoy en día también: una ruptura radical, una liberación de nuevas energías, y para decir todo esto emplea una figura dialéctica y de metamorfosis: “la crisálida debe reventar la vieja piel; es la Revolución” (Michel, 1886: 100). “La vieja piel de la crisálida humana desaparecerá para siempre. La mariposa debe desplegar sus alas, salir sangrando de su prisión o perecer” (Michel, 1886: 4). “La Revolución será el florecimiento de la humanidad como el amor es el florecimiento del corazón” (Michel, 1886: 393). “Sí, yo soy bárbara, me encanta el cañón, el olor a pólvora, la metralla en el aire, pero estoy especialmente enamorada de la Revolución” (Michel, 1886: 242). En estas frases hay toda una estética de la revolución que se expande sobre los incendios de París en mayo de 1871. Ella ve esos incendios como el signo de la chispa de una nueva humanidad. Y al escribir ese fuego, es como si lo viera de vuelta: “Allí, en la cálida sombra de una noche de primavera, está el reflejo rojo de las llamas, es París iluminándose en los días de mayo. Ese fuego es una aurora” (Michel, 1886: 185). Louise sabe que toda revolución implica una teoría y una praxis de la violencia. Con la violencia se pone en estado de crisis el “monopolio” de la violencia estatal; y con la violencia se pone en crisis el concepto mismo de legitimidad del poder: de un solo poder. La violencia revolucionaria introduce la posibilidad –y la necesidad– de un organismo plural de poderes (consejos, los que posteriormente serán llamados soviets) que en estado de articulación pueden tener el comando de la extinción del Estado. La revolución, por cierto, no es sinónimo de violencia, pues es una forma del humanismo popular. Se prende sobre una acumulación de luchas, es una respuesta a explotaciones y humillaciones históricamente acumuladas. Y cuando esa chispa se prende no puede darse bajo la forma de la paciencia serena sino bajo la forma del estallido. Este viene a resolver un acumulado histórico de explotaciones.
La Revolución es terrible; pero su objetivo es la felicidad de la humanidad, tiene combatientes audaces, luchadores despiadados. […] La Revolución actúa de esta manera para sacar a la humanidad del océano de lodo y sangre en el que miles de desconocidos sirven de alimento a unos tiburones (Michel, 1886: 372-373).
Esto dice Michel de ese evento magno. La Comuna tal vez deba ser leída como un intento de plantear la pregunta sobre cómo vivir en común. Tiene dos momentos relevantes: un modelo político apoyado en los consejos; y el momento, cruel, de la derrota (que no del fracaso). O para decirlo de otro modo, a la manera de García Linera en debate con Lenin, tiene un momento jacobino-leninista y carece del momento gramsciano. Lxs comunerxs, en tanto clase con voluntad de poder, reclaman el poder de Estado, el poder político y la dirección general de la sociedad. Y con ese reclamo quieren desplazar las fuerzas conservadoras. El momento jacobino-leninista es la lucha de clases, un choque desnudo de fuerzas, el campo de batalla. Ahí lo que se disputa es el monopolio territorial de la coerción y el monopolio nacional de la legitimidad. Esa escena tiene dos soluciones posibles: la derrota militar o la retirada de una de las dos fuerzas en lucha. El momento jacobino-leninista, si funciona, rompe de manera duradera la unicidad del poder de Estado. La Comuna fue arrasada por Thiers, un represor de la historia popular, y entonces el momento gramsciano no llega nunca: el momento del triunfo político, cultural y moral. Revolución derrotada (que no fracasada) o prematura, la Comuna fue un momento extraordinario y dramático. Una revolución. Y la revolución siempre tiene un sentido, incluso cuando es derrotada. Las revoluciones son momentos fundadores de estructuras sociales nuevas. Si son victoriosas, esas estructuras sociales son duraderas durante cierto tiempo. Si son derrotadas también tienen trascendencia: indican las transformaciones que precisa un pueblo. La revolución siempre abre el surco de una nueva humanidad. La revolución es la formulación de un mundo nuevo. Este sentido también está en las Memorias de Michel:
Sí, ciertamente, el hombre del futuro tendrá nuevos sentidos. Podemos sentirlos emerger en el ser de nuestro tiempo. Las artes serán para todos; el poder de la armonía de los colores, la grandeza escultórica del mármol, todo ello pertenecerá al género humano (Michel, 1886: 235).
La derrota de la Comuna nos marca las transformaciones necesarias que precisa el mundo; el mundo pandémico, este mundo en el que se ha descalabrado la pasión humanista de la Comuna: el estar juntxs, construir juntxs, en libertad e igualdad. La Comuna pudo ser derrotada, pero como toda revolución deja un resto, una sobra, un excedente. Y miren si no deja un excedente: a 150 años aún la recordamos y nuestra bronca por los represores queda intacta. Y esa sobra, sagrada, es lo que se transmite de generación en generación. La revolución es eso: un resto de un momento anterior de la historia que se incrusta en un momento posterior. Un relámpago del pasado que se aplica a un músculo del futuro y que lo obliga a un movimiento espasmódico. La revolución es un acto de transmisión.
La revolución es precisamente ese algo que queda y que existe solo porque es la aureola, el contorno iluminado, cuya única existencia real descansa en ser fugaz. Una moneda fugaz que alguien tiene en sus manos, como depositario de un incómodo residuo. […] Y lo que queda […] es siempre múltiple, abierto, inesperado, ilegal, irregular, implanificado, imprevisible, irresuelto. Impensable (González, 1987: 37).
En este sentido, la Comuna puede haber sido una experiencia revolucionaria derrotada, pero la revolución nunca termina puesto que es una idea-resto, que está en el corazón magmático del flujo de la historia. Cuenta un leninista, Trotsky, en Mi vida, que los revolucionarios que habían ocupado el instituto Smolny en los primeros días de la revolución de octubre se dedicaron a escribir grandes planes acerca de lo que iba a ser la revolución. Si fracasaban quedarían esas palabras para la historia. Hay pensadores que agitan la idea de que no estamos en el tiempo de los procesos revolucionarios. ¿No será al revés? ¿Que el tiempo revolucionario es la propia manifestación de un momento de crisis? Si aceptamos la pandemia como una crisis crucial de la condición humana, estaríamos en el mismísimo tiempo de la revolución.
Bibliografía
García Linera, Álvaro (2017). “Tiempos salvajes. A cien años de la revolución soviética”, en Andrade, Juan y Hernández Sánchez, Fernando (eds.), 1917. La revolución rusa cien años después. Madrid: Akal.
González, Horacio (1987). “La mitad de un echarpe o un canto inconcluso”, en Fin de siglo, Nº 3. Buenos Aires.
Hugo, Victor (2013). Toute la lyre. Editions la Bibliothèque Digitale.
Lenin, Vladimir Ilich (1921). “VII Conferencia del partido de la provincia de Moscú”, en Obras completas, Tomo 35.
Michel, Louise (1886). Mémoires de Louise Michel écrits par elle-même, Tomo 1. París: Ferdinad Roy. Disponible en <https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k83088k/f14.item.texteImage>.
Michel, Louise (2020 [1898]). La Comuna de París. Historia y recuerdos. Rosario: La ciudad de las mujeres.
Natalino, Guglielmo (1987). Amilcare Cipriani, la vita come rivoluzione. Firenze: Editore Firenze Libri.
Reclus, Élie (1908). La Commune au jour le jour. París: Schleicher.
Tillier, Bertrand (2004). La Commune de Paris. Révolution sans images? Politique et représentations dans la France républicaine, 1871-1914. Champ Vallon: Seyssel.
1 Disponible en <www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article1233> acceso 18/4/2021.