Primera industrialización y agonía del Antiguo Régimen (1815-1848)
En 1849 el señor Thiers escribía en el seno de la Comisión sobre la enseñanza elemental:
Quiero hacer omnipresente la influencia del clero, porque cuento con él para la difusión de esa sana filosofía que enseña al hombre que está aquí abajo para sufrir, y no esa otra filosofía que, por el contrario, dice a los hombres: ¡Gozad! (Lafargue, 2020).
Con este texto, Luis-Adolphe Thiers, formulaba la moral de la clase burguesa. Se trata de una de las personalidades que protagoniza la construcción del estado burgués en Francia en sus diversas etapas durante el siglo XIX. El mismo Thiers encarnaba un egoísmo feroz y un obsesivo amor por la explotación del hombre por el hombre significándose como la figura reaccionaria que en 1871 sometería a la clase obrera francesa a una ola represiva de dimensiones colosales. Una clase obrera valiente y vanguardista que protagonizó el primer ejemplo de toma de poder proletaria: la Comuna de París.
Con la caída de Napoleón, la monarquía borbónica restaurada en 1814 nunca conseguiría asentarse en el poder y menos aún legitimarse ante el pueblo francés aún absorbido en la nostalgia revolucionaria y la revitalización de la época dorada del imperialismo, la civilización constitucional que dio vida a la libertad de empresa.
La libertad de empresa, un concepto fundamental para entender la futura polarización social entre la clase trabajadora y la burguesía que generaría la adopción del modelo capitalista de libre mercado. Un concepto acuñado y popularizado por las primeras colonias americanas independizadas del yugo imperial británico a partir de 1776 y expandido en Francia por contraposición al crony capitalism o capitalismo clientelar imperante entre la aristocracia inglesa.
Una monarquía borbónica que, además, pasa de gestionar una Francia que pocos años antes significaba una potencia geopolíticamente dominante, a ser un país ocupado por potencias extranjeras, formalmente hasta 1818. Esta evidencia junto a la poca legitimación interna del nuevo régimen impulsó los diversos gobiernos borbónicos a reemprender las políticas coloniales y de intervención exterior como fue el envío en 1823 de los 100.000 Hijos de San Luis como parte de la Santa Alianza para aplastar el levantamiento liberal del coronel Riego en España.
A nivel interno, la restauración borbónica destacaría por un retorno legislativo al Antiguo Régimen con el retorno de nobles y clérigos exiliados a los que se les devolvió gran parte de las propiedades desamortizadas en los períodos revolucionario y napoleónico. La Iglesia se vio fuerte nuevamente y llegó a reintroducir la pena de muerte por herejía.
Pese al intento de retorno al Antiguo Régimen, el modelo productivo ya no volvería nunca a estructuras feudales urbanas en las cuales predominaron los gremios y, por tanto, el derecho de asociación que abolió la Ley Chapelier de 1791 y prohibía las agrupaciones de trabajadores llevando a estas a la clandestinidad hasta 1864 cuando fue derogada por la Ley Ollivier. Si lo comparamos con el caso inglés, podemos observar una tradición sindicalista más larga ya que en 1824 fueron derogadas las Combination Acts de 1799 que prohibían las asociaciones y permitieron el desarrollo de las Trade Union organizadas sectorialmente por oficios.
Con todo ello, en Francia, proliferarán durante décadas los movimientos místicos y mesiánicos, así como las sociedades secretas (carbonarios, comuneros, masones, etc.), todas ellas actuando siempre en la clandestinidad, dando pie a una intensa actividad de conspiración antimonárquica que darían algunos éxitos como fue el asesinato del duque de Berry, Carlos Fernando, una de las figuras más cercanas al rey Carlos X en 1820.
Administrativamente, el estado francés actuó mediante la distribución de recursos desde los Ayuntamientos y el impulso de obras públicas, hecho que generaría un efecto llamada y múltiples olas migracionales del campo a la ciudad, pero significando también la creación de un proletariado depauperado por períodos de mucho trabajo y abocados al paro en cuanto estas obras efímeras terminaban. Poco a poco, en las grandes ciudades francesas como París iría surgiendo en la periferia un fenómeno conocido en todo el mundo capitalista: el barraquismo o bidonville, que se intensificaría a lo largo de los años.
En este sentido, Paul Lafargue (2020), autor socialista que vivió desde Burdeos los hechos de la Comuna de París, nos añade que “un gran número, cinco mil sobre diecisiete mil (obreros) estaban obligados, por el elevado precio de los alquileres, a vivir en los pueblos próximos. Algunos vivían a dos leguas y cuarto de la fábrica donde trabajaban”.
En esos momentos, las fuerzas productivas del capitalismo industrial incipiente francés aún se encontraban en una etapa de debilidad, ya que se trataba de una industria dirigida al consumo rural y poco enfocada a las exportaciones y la comercialización. Esta industria de bienes de consumo dirigidos al campo iría acompañada de una revolución industrial mucho más lenta que la británica en el campo francés, que generaría una dilatada, aunque lenta, ola migracional del espacio rural al fabril con un sector textil de poca complejidad técnica y abundante mano de obra barata. A pesar de esto y, comparativamente con el caso inglés, en Francia, el número de campesinos que migraban al espacio fabril siempre fue menor y gran parte del primer proletariado francés procedía de los viejos talleres y la población urbana en general.
Con dicha situación social, el régimen borbónico tenía los tiempos contados, teniendo en cuenta que en sus últimos días de gobierno ni contaba con el apoyo de una burguesía comercial y financiera que en gran parte se encargaría de derrocarlo. Así llegamos a 1830, momento en que Felipe de Orleans junto a sectores burgueses y ciertos sectores proletarios protagonizaron la revolución de las “Tres gloriosas” por las tres jornadas de julio en que el pueblo francés consiguió derrotar al ejército borbónico.
El rey-ciudadano o también conocido como el rey de los banqueros daría paso a la Monarquía de Julio que duraría 18 años y en la que supuestamente se introducía una nueva constitución más liberal, con mayores “derechos de ciudadanía” y cierta recuperación de la soberanía nacional. Ahora el rey ya no lo era por derecho divino sino por voluntad popular. La realidad social a la que daría paso la Monarquía de Julio, sin duda, abrió las puertas a la burguesía para tomar el poder político y despedazar una clase obrera que empezaba a tomar cierta relevancia por su participación en las jornadas revolucionarias.
Pese a las promesas del recién llegado Luis Felipe de mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora aumentando salarios y disminuyendo la jornada laboral, la realidad fue muy distinta. No solamente no se cumplieron, sino que, en las principales regiones fabriles, los trabajadores verán decrecer sus salarios. Los tejedores de Lyon pasan de ganar 4-6 francos por jornal en época de Carlos X, cumpliendo jornadas de 13 horas de media, a ganar, ahora bajo el rey-ciudadano, 1,25 francos por cada jornada de 18 horas (Pla, 1984: 32).
Si fijamos la atención en Lyon, uno de los sectores obreros con mayor implicación en las jornadas de julio de 1830 encontramos uno de los primeros ejemplos de auténtica revuelta obrera capitalizada por los trabajadores de la seda, denominados canuts. En las memorias del reconocido escritor Alexandre Dumas se describió a este colectivo de la siguiente manera:
Los desgraciados obreros que lucharon largo tiempo en silencio, intentando, cada trimestre, reducirse a habitaciones más estrechas, a barrios más fétidos, tratando cada día de restar alguna cosa de sus comidas o de la de sus hijos. Pero al fin, cuando ellos se vieron frente a la asfixia por la falta de aire, frente al hambre por la falta de pan, se elevó de la Croix-Rousse […], es decir, de la ciudad obrera, un mismo sollozo. Era el lamento de cien mil dolientes (Dumas, 1852: 124).
Con esta situación, en 1831, después de diversas peticiones formales para aprobar nuevas tarifas salariales, los canuts dan paso a la primera gran insurrección obrera, haciendo huir a las autoridades y conquistando el poder durante diez días. Bajo el lema “subsistir trabajando o morir combatiendo”, por primera vez los obreros se movilizaron bajo una consigna propia que empezaría a definir cierta conciencia de clase.
Pese a ello y como considera Pla (1984: 32), “sus métodos eran todavía espontaneístas e individualistas”. También cabe entender que en estos momentos no existía ningún marco teórico socialista ni autores que plantearan un proyecto de construcción social para el movimiento obrero. Pese a encontrar pocas coincidencias entre la insurrección de los canuts y la experiencia de la Comuna de París, curiosamente comparten un nexo: la represión. Monopolizada por el mismo Adolphe de Thiers que en el caso de Lyon dejaría 600 muertos y 10.000 desterrados. A pesar de esto, los canuts asentaron un precedente de tradición combativa y las calles de la Croix-Rousse volvieron a ser escenario de insurrecciones y escaramuzas contra las fuerzas del orden, tanto en 1834 como en 1848.
Durante este período, París surgirá como un espacio de acogida a migrados y exiliados, especialmente alemanes, que en 1836 crearían la Liga de los Proscritos y, bajo el lema detodos los hombres somos hermanos, dará origen a la futura Liga de los Comunistas de Marx y Engels.
De este período también cabe destacar que, mientras el proletariado aún seguía huérfano de un marco mental y teórico, es decir, una doctrina de lucha socialista del y para el proletariado, la burguesía, por el contrario, y gracias a sus ingentes recursos extraídos a través de la plusvalía del trabajador francés, fue situando sus tesis liberales a través de la Academia de las Ciencias Morales. Además de estas, la ideología liberal y el libre mercado francés se verían reforzadas desde otros espacios intelectuales como la Sociedad de Economía Política y, por supuesto, en todo este entramado no podía faltar los espacios de beneficencia promovidos por los mismos propietarios fabriles aupados por la Iglesia Católica con la creación de los Círculos Católicos de obreros.
Ya en estas fechas, la actividad política del dirigente revolucionario Louise Auguste Blanqui era intensa y para aquel entonces criticó las acciones espontáneas sosteniendo que la revolución social la podían realizar un grupo pequeño decidido. Siempre y cuando este grupo contara con “armamento y organización: he ahí las armas decisivas del progreso, he ahí el medio eficaz para poner fin a la miseria y la opresión” (Pla, 1984: 33). Con ello, Blanqui ya entendía algo básico como que la revolución no se hace, sino que se organiza y que conlleva la planificación y toma de ciertos aparatos del estado como evidenciarán más adelante los bolcheviques.
Pese a las escasas aportaciones en materia económica y filosófica que lo alejan de los futuros autores marxistas, lo que hizo decisivo al blanquismo fueron tanto sus técnicas de conspiración, como su trayectoria insurreccional armada, así como la idea de una breve dictadura transitoria que dé paso al socialismo.
La actividad insurreccional de Blanqui lo llevaría a tomar durante unas horas el Palacio de Justicia y el Ayuntamiento de París en 1839, hechos por los que sería condenado a una larga pena de cárcel hasta su liberación en 1848 gracias al clima revolucionario existente.
Revolución de 1848 y régimen bonapartista: de la gimnasia revolucionaria al surgimiento de la I Internacional
A mediados de la década de 1840, las crisis capitalistas de sobreproducción europeas empiezan a intensificarse. Buen ejemplo de ello describió Engels en 1880:
Desde 1825, año en que estalló la primera crisis general, el mundo industrial y comercial, la producción y el comercio de los pueblos civilizados y de sus anejos más o menos bárbaros, se deteriora cada diez años aproximadamente. El comercio se detiene, los mercados están atestados, los productos son tan abundantes como invendibles; la moneda se oculta, el crédito se desvanece, las fábricas se cierran, la población obrera se encuentra desprovista de medios de subsistencia por haberlos producido antes en exceso, las bancarrotas se suceden, lo mismo que las ventas a precios ínfimos […]. Poco a poco, el crecimiento se acelera, se pone al trote, del trote industrial se pasa al galope y, por fin, al galope tendido de una carrera de obstáculos, en la que la industria, el comercio, crédito y especulación, después de los saltos más arriesgados, acaban en el abismo de la crisis. Entonces hay que volver a empezar. Hemos atravesado cinco crisis desde 1825 y acabamos de salir de la sexta. El carácter de esta crisis es tan claro, que Fourier ha acertado con una denominación general al llamar a la primera: “crisis de abundancia” (Engels, 1880: 1).
Con ello, Engels dejó claro que las crisis capitalistas no eran una cuestión puntual sino una realidad sistémica del capitalismo. Y acercándonos a 1848, esta crisis supera las fronteras nacionales y afecta toda Europa industrializada, de Sicilia a Austria, pasando por Bélgica, Alemania y con especial virulencia en Francia. Por un lado, la burguesía reclamaba los derechos políticos restantes para dominar el país. Por el otro, los obreros demandan medidas sociales que chocan contra los intereses burgueses.
En febrero de 1848, los grupos burgueses republicanos junto a organizaciones proletarias ya consideradas socialistas provocan la caída del rey banquero después de semanas de movilizaciones y choques con el ejército, así como de la abstención de la Guardia Nacional a reprimir a los obreros parisinos. Después de la huida real, el vacío de poder fue la máxima preocupación burguesa y, al cabo de poco, se crea el Gobierno Provisional controlado por la burguesía moderada. La situación en las calles es distinta y durante meses existirá una dualidad de poderes en que los socialistas lograrían una gran capacidad de presión forzando la entrada de los primeros políticos socialdemócratas al Gobierno Provisional. Luis Blanc y D’Albert entrarían como secretarios para abordar uno de los proyectos impulsados desde el socialismo: los Talleres Nacionales que debían dar solución al elevado paro existente en las grandes ciudades. En ese contexto cabe destacar que referentes obreros como el padre del anarquismo Proudhon mantenían una fe ciega en antiguos aparatos del estado como la Asamblea Nacional.
Hasta el verano de ese año se prolongó una suerte de paz social intermitente con gran número de movilizaciones, pero sin un proyecto ni rumbo claro por parte del proletariado. La burguesía solo necesitaba reforzar el control de los aparatos de estado, especialmente, el brazo militar que, a partir de julio, empezaría una altísima ola represiva.
Uno de los primeros en volver a la cárcel después de haber sido liberado en febrero fue el ya mencionado Blanqui, al que lo seguirán otros líderes obreros. Y ya en junio de 1848 se asignará la espiral represiva al general Cavaignac, que lanzará al ejército y la guardia móvil contra los obreros. La clase obrera, sin dirigentes ni dirección y bajo la presión de una situación adversa, libró una batalla heroica contra la represión de Cavaignac. El balance final de la sangrienta represión de Cavaignac nada tuvo que envidiar del tan demonizado terror jacobino de 1794 “superando los 100.000 parisinos asesinados durante las jornadas de junio de 1848. La mayoría de supervivientes –unos 15.000– fueron deportados a trabajos forzosos en las colonias sudamericanas” (Pla, 1984: 37).
De este proceso, Marx afirmó dramáticamente que, “únicamente empapada en la sangre de los insurrectos de junio, la bandera tricolor ha llegado a ser la bandera de la revolución europea: la bandera roja. Y nosotros gritamos: ¡La revolución ha muerto! ¡Viva la revolución!”(Plá, 1984: 38).
Pero también de las derrotas se extraen grandes lecciones y, sobre la base de cambios necesarios en la estructura y la organización, así como una mayor precisión ideológica, y de los métodos revolucionarios surgirían nuevas posibilidades de transformación social.
Una vez aplastada la insurrección de 1848, el sobrino de Napoleón Bonaparte, Luis Napoleón, pasaría a ser la figura central de la política francesa durante casi dos décadas.
Precisamente, Luis Napoleón utilizaría los excesos del republicanismo burgués para hacerse con el poder y, gracias al descontento generado por la Asamblea Legislativa al querer limitar el derecho a voto, se aseguraría el favor popular. Justamente, sería esa defensa del sufragio universal lo que le permitiría disolver la Asamblea y otorgarse poderes dictatoriales dando paso al Segundo Imperio francés.
El nuevo Imperio se inauguraría con claras muestras de populismo paternalista combinando la defensa tanto de las clases proletarias como de la Iglesia y conciliando el orden con el progreso industrial. Es el período de la expansión del ferrocarril, la consolidación del crédito y la diversificación industrial, así como el nacimiento de los trust.
Esta etapa se vería truncada a partir del 1859 en que el emperador rompe con la Iglesia por su apoyo geopolítico al proceso de unidad italiana que chocaba de lleno con los intereses del Imperio Austro-Húngaro, así como con el poder terrenal del Vaticano. También es un período de gran agitación nacionalista, así como de intensificación de la política imperialista francesa, sobre todo en las Antillas, África Occidental y Asia. Pese a algunos éxitos como la consolidación del control territorial argelino, también recibiría grandes derrotas tanto en Marruecos como en México.
Pero el proceso de impulso y desarrollo económico también generó una amplia capa proletaria. La conversión del campesinado francés en proletariado fabril urbano se intensificó gracias a la extensión del ferrocarril, a la par que van surgiendo, poco a poco, nuevos sindicatos obreros que buscarán superestructuras nacionales a partir de las Federaciones sindicales. Pero, sin dudas, un fenómeno que de ninguna manera podemos despreciar de esta época fue el surgimiento de la primera internacional proletaria.
Más allá de los precedentes que significaron la Liga de los Justos, renombrada en 1847 como la Liga de los Comunistas por Karl Marx y Friedrich Engels, debemos situar el nacimiento de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en 1864. Esta fue el resultado de una serie de contactos entre una delegación de obreros franceses que asistieron en la Exposición Universal de 1862 en Londres. En 1863 los obreros franceses e ingleses se pusieron de acuerdo para apoyar a los revolucionarios polacos que luchaban contra el absolutismo y, un año después, el 28 de septiembre de 1864 se realiza la reunión donde se constituye la AIT. Como es bien sabido, este primer experimento internacionalista incluía organizaciones marxistas, proudhonianas y bakuninistas. Marx se sitúa como figura referente al ser el encargado de redactar el Manifiesto Inaugural, así como los estatutos de la AIT, y ser escogido por el Consejo General.
A diferencia de la Liga de los Comunistas, la I Internacional no se trataba de una organización limitada a pequeños grupos revolucionarios, de hecho, algunas secciones como Francia e Inglaterra representaban grandes masas de trabajadoras. Ahora bien, el nivel de conciencia y comprensión teórica era menor que en los círculos de la Liga, lo que condicionó la redacción de los estatutos teniendo en cuenta la heterogeneidad en la composición ideológica de la AIT.
Y con esta situación llegamos a las puertas de la Comuna de París, con un proletariado francés dividido ideológicamente, pero concienciado de que sus demandas solo llegarían a través de la conquista del poder. Así lo indicó Marx en 1851:
La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase (Marx, 1851: 2).
Bibliografía
Blanqui, Auguste (1886). Crítique Sociale II. XXXIV Les sectes et la révolution. París: Felix Alcan Editeur.
Dumas, Alexander (1852). Mes memories. París: Alexandre Cadot.
Engels, Friedrich (1880). Socialisme utopique et socialisme scientifique. Biblioteque Socialiste.
Lafargue, Paul (2020). El derecho a la pereza. Madrid: Prokomun Libros.
Marx, Karl (1851). Dieciocho Brumario de Louis Bonaparte. Marxists Internet Archive.
Pla, Alberto J. (1984). Introducción a la historia general del movimiento obrero. Buenos Aires: Editorial Tierra del Fuego.