Introducción
La Comuna de París debe contextualizarse dentro del proceso de transformación social que se inicia con la revolución francesa de 1789, que a su vez es producto de la transición del feudalismo al capitalismo como modo de producción imperante en el territorio francés, iniciado mucho antes que la propia revolución. En palabras de Marx, de la contradicción entre feudalismo y capitalismo expresado en la dicotomía tierra vs. capital es que se produce la serie de revoluciones sociales en Francia que tendrán formas distintas en períodos de tiempo distintos. Estas expresiones van desde la República, la monarquía parlamentaria hasta el Imperio. Paralelamente la lucha de clases se manifiesta de múltiples maneras, las más nítidas son: burguesía y proletariado vs. aristocracia; burguesía vs. proletariado y, finalmente, en la derrota y subsecuente masacre de los comuneros, en la expresión aristocracia y burguesía vs. proletariado.
La herencia de Napoleón en las estructuras estatales francesas
El proceso de transformación iniciado por la revolución francesa de 1789 no es un continuum lógico ascendente o descendente, sino que su evolución describe un zigzag, reflejo de la correlación de fuerzas entre las clases sociales protagonistas en el Estado francés de la época, a saber: la aristocracia, la burguesía y el proletariado/campesinado. Para comprender a cabalidad el terreno histórico, social y económico en el que aparece la Comuna de París es necesario estudiar las estructuras políticas que dejó Napoleón Bonaparte, como herencia al Estado durante el período de 1794 a 1814, puesto que es dentro de este marco en el que la posterior lucha de clases francesa se desarrolla y que tendrá en su punto más álgido la creación de la Comuna de París.
Napoleón Bonaparte instaura una enorme burocracia, poblada por una fauna de corruptos políticos de carrera, que se sirven del Estado para promover sus negocios particulares y se acomodan posteriormente a cualquier expresión política, sea esta la República, la Monarquía o el Imperio, un ejemplo de estos personajes fue precisamente Aldolphe Thiers, quien reprimiría la Comuna llegado el momento. Por otro lado, la Iglesia regresa a su posición de poder con Napoleón y adquiere, especialmente en el campo, una enorme influencia. Con esto cumple la Iglesia su función de propagar una ideología sumisa entre el campesinado y explotar sus elementos más retrógrados y reaccionarios en beneficio de la clase política dominante, sea esta burguesa, aristócrata o ambas en alianza. Por último y quizá de mayor relevancia es el hecho de que, durante el gobierno de Napoleón Bonaparte, el ejército se convierte en el pilar que sustenta el aparato estatal y una fuerza política en sí misma, con la que cualquier actor político tiene que negociar y/o pactar para tener acceso al gobierno. Del ejército dependerá en lo sucesivo la longevidad y estabilidad de los subsecuentes gobiernos y será también a su vez, cuando sea necesario, la espada de la clase social dominante para reprimir al proletariado revolucionario, como en el caso de la Comuna (Marx, 2003: 114, 115).
El Estado francés heredado de Napoleón Bonaparte es entonces lo que Lenin llama “una organización burocrática y militar” inmensa con ejército de funcionarios; un organismo parasitario que se pega al cuerpo de la sociedad francesa como una rémora. En un primer momento, la revolución francesa desarrolló la centralización, pero también amplió el número de servidores públicos. Napoleón solo perfeccionó este orden y la monarquía de julio no le aportó nada nuevo, solo una mayor división de tareas específicas (Lenin, 1993: 43).
El origen de la Comuna
El contexto histórico en el que nace la Comuna tiene un cierto paralelismo con la revolución bolchevique en octubre de 1917 en Rusia. Al igual que el zar ruso en 1914, el gobierno de Napoleón III (sobrino de Napoleón Bonaparte) se enfrasca en 1870 en una guerra imperialista altamente impopular contra el reino de Prusia y sufre una aplastante derrota, siendo su gran artífice, en lo militar, el famoso Mariscal Helmuth Von Moltke. Como consecuencia, Napoleón III es depuesto, proclamándose así la III República Francesa, en la que cabe de nuevo resaltar que burguesía y aristocracia convivieron en alianza y sin problemas. Una vez entregado el mando del ejecutivo a Adolphe Thiers, el nuevo gobierno francés, apátrida y traidor, concreta rápidamente un armisticio con los prusianos y le ordena a París, que aun resistía, entregar las armas y capitular. Al negarse la guardia nacional parisina y después de que el gobierno de Thiers fracasa al intentar robar los cañones de la guardia, es que comienza una revuelta proletaria generalizada en París y se expulsa al resto del gobierno y su ejército de la ciudad. Thiers se retira a Versalles y los comuneros toman el control de la ciudad, proclamando la Comuna el 18 de marzo 1871, casi un año después de iniciarse la guerra franco-prusiana.
Así pues, la Comuna nace al calor de las circunstancias y de la coyuntura geopolítica del momento. No es el producto de una conspiración consciente o de una vanguardia política claramente identificable y con objetivos concretos como lo había intentado ser, por ejemplo, “la conspiración de los iguales” de François-Noel “Gracchus” Babeuf, en 1796 (Grinchpun, 2013: 65, 70). Esto no quiere decir que la Comuna de París fuese carente de un fondo ideológico, todo lo contrario. Se trató de un proyecto político-social de nuevo orden, basado en la igualdad y en la solidaridad de la clase trabajadora; esta naturaleza singular merece ser analizada con mayor detenimiento, puesto que se trata del primer intento de construir un sistema socialista fuera del orden utópico y reducido a pequeñas comunidades como había intentado, por ejemplo, el británico Robert Owen, al fundar la comunidad New Harmony, en Indiana, Estados Unidos.
La Comuna como proyecto democrático y proletario
Como consecuencia de las medidas adoptadas por la Comuna de París en la brevedad de su existencia, fue rápidamente reconocida como un proyecto socialista por el mismo Thiers. La Comuna no se conformó, pues, en abordar solamente elementos subjetivos como la separación iglesia-Estado propia de las revoluciones liberales como la de Reforma en México en 1855, sino que también profundizó en los elementos objetivos; propiamente hablando, en el sentido de redistribuir la riqueza a través de la modificación del modelo económico. En este plano la Comuna prohibió, por ejemplo, el trabajo nocturno de los panaderos, abolió el sistema de multas, confiscó talleres y fábricas abandonadas e instauró un salario máximo homologado al de un obrero común para todos los servidores públicos. En este sentido, la Comuna mostraba evidentemente su naturaleza democrática y proletaria (Lenin, 1911).
Se puede argumentar que la Comuna parisina es en cierto modo la continuación de la radicalización en el pensamiento de los Philosophes, y que, por primera vez esta radicalización permea de manera masiva en las clases populares y trabajadoras. Lo que se había propuesto Babeuf, a través de una vanguardia política que dirigiera a las masas, se probaba también posible por la vía espontánea y masiva (Grinchpun, 2013: 59, 73). Este proceso evolutivo en el pensamiento revolucionario francés pasa también por Louis Auguste Blanqui, que como Marx expone, erróneamente considera a la Repúblicas per-se cómo la emancipación de los obreros, y lo que solamente logra es crear un republicanismo vestido de socialismo. Estas posiciones de transición entre el socialismo utópico y el travestismo republicano-socialista son superadas finalmente con el socialismo científico de Marx y Engels, enriquecido posteriormente por Lenin.
Logros y aportes de la Comuna al movimiento revolucionario mundial
Sin lugar a duda la Comuna de París se convierte inmediatamente en un referente para todos los movimientos revolucionarios, al menos en el mundo occidental. ¿Cuáles son, entonces, los grandes aportes con los que este movimiento contribuye al avance teórico y práctico de la aplicación del método revolucionario? Podemos destacar tres elementos de extraordinaria relevancia:
El fin de la idea de que el socialismo solo puede ser utópico, en tanto es inaplicable en la práctica
Como ha quedado en evidencia, el proyecto de la Comuna de París atiende a elementos no solo morales y subjetivos propios del pensamiento igualitario y la solidaridad humana, sino que extendió su transformación al campo de lo económico utilizando la perspectiva de la lucha de clases consciente o inconscientemente, en tanto los comuneros no solo se convirtieron en la clase dominante, sino que suprimieron las viejas relaciones de producción. La obtención del poder político y elevación del proletariado como clase dominante es el primer paso para conquistar la democracia; en este sentido, el alzamiento comunero y posterior proyecto político cuentan con un claro perfil socialista (Ruíz Galacho, 2019: 15).
En palabras de Lenin, es la Comuna de París un ejemplo por excelencia de la forma en la que el proletariado, a pesar de sus divisiones, cumple unánimemente las tareas democráticas que la burguesía, hasta nuestros días, solo se limita a proclamar. Pero no únicamente es la sustancia de la Comuna, sino también su forma, lo que Lenin elogia cuando añade que este experimento democrático no necesitó de complicadas e intrincadas legislaciones para democratizarse a sí misma. Con toda sencillez, sus instituciones afloraron después de suprimir las de la burguesía y estableciendo la elección de los funcionarios desde la entraña del pueblo; lo demás cae por su propio peso (Lenin, 1908).
Aunado a esto, la Comuna se planteaba reproducir su organización política en la totalidad del país. Las comunas administrarían sus asuntos de manera colectiva y serían representadas por delegados ante las asambleas regionales y nacionales. En la práctica esto resulta en nada menos que el centralismo democrático, forma en la que se organizan los partidos marxistas-leninistas en la actualidad, y también en la que se organizó la mayor parte de los Estados donde se aplicó el “socialismo real”, guardando para sus instituciones sus diferentes denominaciones y características propias. Así pues, como Marx señala, la Comuna no se proponía la destrucción de la Nación en el sentido anárquico del término, sino de reorganizarla, utilizando el poder Estatal para instaurar una administración tanto horizontal en lo local, como vertical ascendente en lo nacional, tomando el modelo comunal como base organizativa. La Comuna no existía solo en la imaginación de sus miembros “no tenían ninguna utopía lista para implantar par decret du People, la Comuna era el producto físico y palpable de los comuneros (Marx, 1871: 19, 21).
La República deja de ser sinónimo de emancipación de la clase trabajadora
El segundo gran aporte de la Comuna de París es desmontar el mito imperante desde la revolución de independencia norteamericana y la revolución francesa original de que el mero hecho de abolir la monarquía y proclamar la República significaba la liberación de la clase trabajadora. La monarquía parlamentaria de Luis Felipe oprimía a la clase proletaria en contubernio y alianza con la burguesía; al proclamarse la República, lo único que ocurre es que la burguesía pasa a oprimir a la clase proletaria con la aristocracia en decadencia como socio minoritario de esta alianza explotadora (Marx, 2003: 21).
Este aporte de la Comuna se vuelve aún más relevante en el contexto de las revoluciones rusas de 1917. Cuando en un primer momento, en febrero de ese año se logra la abdicación del zar y el imperio ruso deja de existir como monarquía, se instaura una república parlamentaria con Kerensky a la cabeza. Sin embargo, al estar la socialdemocracia en las riendas del país se instauran instituciones democrático-republicanas, no como instrumento de la clase oprimida, para democratizar el país o facilitar su lucha contra la clase dominante, sino para tratar de atenuar este conflicto entre explotadores y explotados. La socialdemocracia intenta de esta manera difuminar o limar la lucha de clases hasta el punto de la inocuidad (Marx, 2003: 45; Lenin, 1993: 21).
Aun en la actualidad permea la concepción de equiparar de algún modo la democracia burguesa, republicana o monárquica, con la existencia de algún cuerpo legislativo. El elemento electoral formal se traduce bajo esta lógica en el requisito indispensable democrático. Pero la tergiversación de los conceptos no termina ahí. La lógica burguesa contemporánea ha llegado a tal punto de soldar la idea de democracia, un modo de organización política, con el concepto de libre mercado, o sea del capitalismo, que es, en cambio, un modo de producción. Así pues, se ha llegado al extremo de extender la dicotomía República/democracia con la nueva fórmula capitalismo/democracia.
En este sentido, la Comuna de París probó hace 150 años, con su mera y efímera existencia, que el concepto de democracia no tiene que ver tanto con el modo de organización política o el modo de producción, sino con la instauración en el poder de la clase trabajadora, la clase que produce los bienes y de la cual se deriva toda riqueza. Lógicamente la toma del poder por la clase trabajadora no se puede permitir la existencia de un modo de organización política no democrático, sin representación en algún tipo de asamblea legislativa; así como su mantenimiento no se puede sostener bajo la premisa de un orden económico basado en la explotación de su misma clase, como lo es el capitalismo.
En resumen, y en palabras de Lenin, “la salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de las instituciones representativas y de elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones –de trabajo–” (Lenin, 1993: 70).
La Comuna como primer ejemplo de internacionalismo proletario
El odio de clase profundo que existe en el conflicto entre la Comuna de París y el Gobierno Nacional con sede en Versalles propicia también proporcionalmente una solidaridad internacional de la clase trabajadora sin parangón hasta ese momento. Lo que Napoleón III había fomentado hasta en el plano de la arquitectura parisina, la segregación de la clase trabajadora a los barrios periféricos, expropiando a los trabajadores, en nombre de la mejora y renovación cívicas; lo hizo también Thiers en el campo de la política de la III República, desterrando todo elemento socialista dentro de la estructura del nuevo Estado francés, arrebatándole a la clase trabajadora todo tipo de representación en la nueva República. Se delineaban así los dos campos en conflicto, políticamente mejor definidos que nunca (Laskowski, 2011: 7).
La Comuna de París fue heterogénea, puesto que fue apoyada tanto por patriotas, pequeños tenderos y republicanos burgueses. Sin embargo, su base sustancial fue la clase obrera-artesanal parisina, muchos de los cuales inclusive estaban afiliados a la I Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores-AIT). De hecho, se puede afirmar que la Comuna de París es el primer levantamiento proletario importante que se da ya en el contexto de una solidaridad obrera internacional y una conciencia de clase trabajadora mundial incipiente (Lenin, 1911). Es tan amplia la actividad de la sección francesa de la AIT que sobre ella cae una terrible represión ya desde 1868, lo que la obliga a una reorganización general. Aun así, la AIT francesa crea en París la Cámara Federal de las Sociedades Obreras y la Federación de las secciones parisinas de la Internacional, en 1869. La I Internacional parisina combate al prudhonismo y su concepción misógina de que la mujer debería permanecer en casa e inscriben en los estatutos de sus organizaciones la igualdad de derechos de la mujer obrera. Esto resultaría en un terreno fértil para las mujeres revolucionarias que formarían un componente más que destacado y de liderazgo en la Comuna de París (Ruíz Galacho, 2019: 2, 3).
Atendiendo a estos elementos, no es de extrañar que inclusive dentro de la Guardia Nacional parisina muchos de sus líderes fuesen proletarios extranjeros. Pero también en lo político la Comuna mostró su carácter internacionalista nombrando a un obrero alemán como ministro de Trabajo y colocando a muchos polacos a la cabeza de la defensa de París. Con estas decisiones la Comuna refutaba el burdo discurso patriotero de Thiers, que intentaba arengar a la policía francesa para llevar a cabo redadas y todo tipo de acciones contra los alemanes residentes en Francia durante la guerra. En palabras de Marx, la Comuna concedió a todo extranjero que así lo quiso “el honor de morir por una causa inmortal”, honrando así a los hijos heroicos de otras naciones por su sacrificio internacionalista proletario. La Comuna, pues, fue el primer gran teatro donde esta bella expresión de solidaridad de clase dejó su primera huella indeleble en la historia de la humanidad (Laskowski, 2011: 4; Marx, 1871: 24).
La represión de la Comuna, como guerra civil y holocausto proletario
La campaña militar contra la Comuna de París fue una auténtica pequeña guerra civil. Utilizamos el diminutivo para describirla no con relación a la ferocidad de la batalla ni el número de víctimas, sino solo por su duración. Pero a pesar de que la guerra como tal fue corta en el tiempo (alrededor de 8 días), la aniquilación y posterior represión se extendió muchísimo más. Alrededor de 30.000 parisinos murieron en la toma de París, pero 45.000 adicionales fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; otros tantos fueron sentenciados a trabajos forzosos o desterrados del país y solo casi cuatro años después se puso en libertad a los que se mantenían presos (Lenin, 1911).
La victoria de la burguesía represora solo pudo ser posible por la devolución que hizo Bismarck de 100.000 soldados franceses que mantenía presos desde el conflicto franco-prusiano, junto con estos, el ejército de Thiers sumó en total 130.000 efectivos, que incluían a la masa campesina reaccionaria y conservadora influenciada por los terratenientes llamados “los rurales”. No solo esto, los prusianos también permitieron el paso de las tropas francesas por el sector que ellos ocupaban, sorprendiendo a los comuneros por un flanco que se creía inutilizable para el ejército nacional (Lenin, 1911: 3; Ruíz Galacho, 2019: 12; Laskowski, 2011: 2).
Esta saña contra los comuneros se basó, sin lugar a dudas, en el odio de clase. Desde el principio se les caracterizó desde el bando nacional como un grupo de amotinados bandidos, que solo buscaban el pillaje y el desorden y que deseaban la destrucción de la familia, la religión y la propiedad. No en vano Marx compara la criminal conducta represora de Thiers con el carnicero dictador romano Sila; ninguno de los dos tuvo reparo en masacrar mujeres, niños o ancianos; ninguno de los dos se detuvo ante personas ajenas al conflicto ni se abstuvo de torturar a prisioneros. Eso sí, solo uno de los dos, Thiers, hizo todo lo anterior “con la ley en la mano” y con el grito de “civilización” en los labios, añade Marx, exponiendo la doble moral imperante en la sociedad burguesa, no así en la antigua Roma, al menos no en Sila (Marx, 1871: 32).
Tampoco en este caso es posible omitir la similitud que tiene esta guerra con la época de la Reforma en México, puesto que, igual que la burguesía francesa lo hizo con su conquistador prusiano, los conservadores en México se lanzaron a los brazos del imperialismo extranjero pidiendo su ayuda para derrotar a su enemigo interno, los liberales encabezados por el presidente Benito Juárez. Ambas burguesías demuestran así la jerarquía de sus intereses de clase sobre su sentido e identidades nacionales, que poco importa cuando su economía personal se ve más amenazada por el progreso nacional que por las invasiones y ocupaciones extranjeras.
Errores y enseñanzas de la Comuna de París
La Comuna de París deja un mar de experiencias condensadas en un pequeño arroyo temporal. Es una historia intensa, emotiva, apasionada e irreverente que como consecuencia de su multifacético espíritu no permite ser encapsulada dentro de unas cuantas categorías. Sin embargo, desde el punto de vista marxista, son varias las críticas y errores que se le han señalado como proyecto político que se propone transformar a la sociedad. Por otro lado, son muchas más también las características positivas que, desde el mismo punto de vista, han sido destacadas desde los clásicos hasta los autores contemporáneos marxistas. La razón principal de esto es que la naturaleza de la lucha de clases, que fue el motor de la Comuna de París, se mantiene firme hasta nuestros días, solamente diversificado en mucha mayor división del trabajo.
Atendiendo a estas complejidades que no son materia del presente análisis, podemos aun así señalar algunas de las críticas-errores y aciertos o enseñanzas que desde la perspectiva del materialismo histórico se han hecho sobre la rica y heroica experiencia del proletariado mundial, conocida como la Comuna de París.
Errores y críticas
Lenin llama “excesiva magnanimidad proletaria” al hecho de que la Comuna trató de influir moralmente en sus enemigos y de evitar a toda costa la confrontación armada. Con esto la Comuna solamente entregó a sus detractores las herramientas para calumniarla al mismo tiempo que preparaban la operación militar para destruirla completamente. En este sentido, encontramos un paralelismo inquietante entre los gobiernos progresistas “ultrademocráticos” y respetuosos de las instituciones, como el del presidente López Obrador en México, que en ocasiones apela de la misma forma a una moral inexistente en la burguesía apátrida mexicana.
La comuna comete el error en el plano militar de no acabar con el gobierno de Versalles cuando tuvo oportunidad, esto es, de no marchar inmediatamente contra el nuevo reducto de la Asamblea Nacional y por el contrario atrincherarse dentro de la ciudad de París. Aquí nos encontramos de nuevo una suerte de repetición del primer error, apelar a la concordia y a la negociación. Así pues, se desdeñó fatalmente el frente militar y se le dio tiempo a Thiers de armar el ejército que con ayuda de los prusianos terminó masacrando a la Comuna durante la semana sangrienta de mayo (Marx, 1871).
La alianza entre burgueses, aristócratas y terratenientes no solo contó con la ayuda extranjera, sino que, tristemente, también logró poner al campesinado ignorante y conservador en contra del proletariado citadino de París. Haciendo uso de una intensa campaña propagandística y de inducción al miedo, el campesinado fue víctima de una manipulación que demostró su carácter de rezagointelectual y revolucionario en comparación con la clase obrera, justamente identificada, por Marx y Engels, como la vanguardia revolucionaria; dicha situación refutó las posiciones de los movimientos narodnistas rusos, apoyados por Bakunin y otros, que sostenían –en cambio– que era posible hacer la revolución con el campesinado como vanguardia (Lenin, 1911; Marx, 2003: 111).
Este es quizás el error más trascendental, junto con el del plano militar, y ambos están intrínsecamente relacionados. Los comuneros no ven o no quieren aceptar que lo que se vendrá sobre ellos no es otra cosa que una guerra de exterminio; y que para prevalecer requieren de un ejército y, a su vez, para montar y armar este ejército y alimentar a la población son necesarios los recursos económicos adecuados. En vez de asegurar estos recursos económicos, los comuneros se abstienen de confiscar los recursos monetarios de la burguesía cuando omiten tomar en sus manos el banco de Francia, que como dice Marx, “hubiese valido 10 mil rehenes” y hubiera puesto de rodillas a la burguesía (Ruíz Galacho, 2019: 11).
Enseñanzas
La Comuna de París dejó también una rica enseñanza sobre la organización del nuevo orden, popular y democrático; sobre todo en el plano local. Sentó las bases de la alternativa al aparato burocrático corrupto burgués; en tanto hizo de todos los cargos políticos meros empleados del pueblo con un salario no mayor al de cualquiera de sus pares obreros y siendo estos cargos además revocables en todo momento. De esta manera, la Comuna aseguraba mantener el control de su vida política sin subordinarse a ningún individuo, sino solamente a la colectividad. En cierto sentido, la Comuna es un baluarte del Municipio libre.
Como también ha quedado de manifiesto, la Comuna desmantela el mito del socialismo como una ideología exclusivamente utópica. Atrás quedaban Platón, Thomas Moro, Thommaso Campanella, Saint-Simon y el mismo Owen. La revolución social y la construcción de un nuevo orden político y económico con el objetivo de elevar la condición humana a partir de nuevas relaciones de producción se hacían realidad con la Comuna de París; esto, al igual que el comunismo, recorrería Europa como un fantasma en los años venideros, puesto que el socialismo dejaba de ser el experimento de algún filántropo excéntrico en alguna granja o comunidad alejada, para ser un proyecto real y de grandes dimensiones y alcances.
En relación con el error de guardar esperanzas o confiar en la moralidad de la burguesía, se desprende la enseñanza de no descuidar el frente propagandístico. La burguesía de aquel tiempo, como la contemporánea, desplegó su inmenso control sobre los medios de comunicación para enterrar la verdad sobre los procesos sociales, en una montaña de mentiras y calumnias. Lenin señaló que la Comuna confió en que los periódicos “tomarían como un deber el respeto a la República, la verdad y la justicia”. Al respecto, existen nítidos paralelismos con las guerras propagandísticas que se desataron contra la Unión Soviética desde muy temprano, y en general contra todo proyecto político alternativo, incluso aquellos que no son de corte revolucionario, por ejemplo, el actual gobierno de México a cargo del presidente Andrés Manuel López Obrador (Ruíz Galacho, 2019: 8).
La idea de formar un grupo cerrado y clandestino de revolucionarios comprometidos completamente con la causa que lidere al proletariado se manifiesta ya desde la conspiración de los iguales. Babeuf, su líder, reconoce, además, la utilidad de la prensa como método de propaganda y agitación, fundando el periódico “El tribuno del pueblo” que se convirtió en el órgano oficial del “Club del panteón”. Este aporte sobre la vanguardia política es retomado por los bolcheviques, no solo para llevar a cabo la colosal tarea de asumir el poder en octubre de 1917, sino como forma de estructura en lo interno durante la gran parte de la vida clandestina del partido político. (Oficialmente denominado “Reunión de amigos de la República” es una sociedad política revolucionaria francesa que se reunía en la colina de Sainte-Genevieve y toma su sobrenombre del cercano Panteón de Paris.)
Sin lugar a dudas, esta es la mayor enseñanza que deja la Comuna de París en el ámbito de la praxis revolucionaria. De hecho, este aspecto es un aporte directo al Manifiesto Comunista, emanado de la experiencia de la revolución francesa de 1848. Marx predijo, en carta a su amigo Kugelman, que la próxima revolución francesa tendrá por obligación que destruir el aparato burocrático-militar, cosa que terminó ocurriendo en el levantamiento de la Comuna de París (Ruíz Galacho, 2019: 13). Lenin, a su vez, al analizar las nuevas instituciones nacidas de la Comuna, las caracteriza como un “cambio gigantesco de transformación de la cantidad a la calidad” que implica un cambio de democracia burguesa a una democracia proletaria (Lenin, 1993: 15).
Conclusiones
Podemos concluir que la Comuna de París, al cumplir su 150 aniversario, mantiene intacta su vigencia como hecho heroico de la clase trabajadora y como rica experiencia de la praxis revolucionaria. Con su profundo aporte alcanzado en apenas dos meses de lucha aherrojada por la defensa de su clase social y de su patria, los comuneros heredaron enseñanzas susceptibles de ser valoradas en la cantidad de vidas con las que heroicamente pagaron su entrada en la historia. Los comuneros lograron en solo dos meses desenmascarar, como nunca, la doble moral burguesa y la falsedad de su ordenamiento republicano. La Comuna mostró la necesidad imperante del partido político como organización de vanguardia de la clase obrera; así como la de romper con el orden burgués, de desmantelar sus estructuras y de crear nuevas al servicio del proletariado.
En el orden organizativo, fueron pioneros en la administración horizontal y antijerárquica de los negocios públicos. Con esto lograron bajar la política al pueblo trabajador y robarle la exclusividad de esta a la antigua aristocracia y a la burguesía adinerada. Pero no se limitaron a distribuir las tareas entre los trabajadores parisinos, sino que incluyeron también a los de cualquier nacionalidad que se identificaran con la causa, aun de aquellos que pertenecían a la nación alemana, con la que en ese momento el Estado francés se encontraba en guerra; mostrando el mejor rostro de la hermandad y solidaridad de clase.
Se puede decir que la hazaña de la Comuna de París le robó al Olimpo el fuego del socialismo real, esparciendo su chispa y su luz sobre la clase trabajadora mundial. De esta manera los comuneros le arrebataron el socialismo al plano de la utopía, de lo subjetivo, que imperaba hasta aquel momento. Pero al igual que Prometeo, quien pasó a la eternidad siendo devorado infinitamente por un águila como castigo por su crimen contra Zeus, los Comuneros pagaron con su vida por el crimen cometido contra el dios dinero. Fueron víctimas de un genocidio proletario, propio de la saña y el odio de clase de la burguesía. Así, como Prometeo, los Comuneros de París son héroes eternos de la humanidad.
Bibliografía
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Laskowski, María Cecilia(2011). “La Comuna de París: Inspiración y fundamento de la ciudad. Prácticas de oficio”, en Investigación y reflexión en ciencias sociales, Nº 7/8.
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Marx, Karl (2003). El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Madrid: Fundación Federico Engels.
Ruíz Galacho, Encarna (2019). “La Comuna de París y la doctrina marxista del Estado”, en Laberinto 6. Disponible en <http://laberinto.una.es>.